martes, 4 de noviembre de 2014

ZOONOSIS

Nunca me gustó ir al colegio, mas cuando llegué a mi último año, lo empecé con una emoción difícil de describir, creo era porque quería graduarme y no volver a poner un pie dentro en el edificio; al igual que muchos, no sabía a ciencia cierta qué quería estudiar en la Universidad, aunque por largo tiempo dije querer ser veterinario, fui atacado por un perro cuando era todavía un niño y eso me traumatizó.

Mi otra opción era hacerme médico de personas, como mi padre, pero siempre tenía la duda que me comía la cabeza y me hacía pensar que no era realmente lo que quería. El colegio al que asistí era privado y de muy buena reputación y, como en todos los establecimientos de prestigio, avisaron que llevarían profesionales de todas las ramas para que hablaran con nosotros, nos orientaran y nos resolvieran las dudas. No está de más decir que esto me emocionaba mucho, lamentablemente no pude asistir a ninguna de las presentaciones, por la razón que les contaré.

Recuerdo que aproximadamente a mitad del año, me sentí muy mal, tenía fiebre que no cedía y un dolor de cabeza ridículo. Sentía que no era el inicio de una gripe común, dejé de comer y tenía una sensación de malestar que no podía con ella. Me llevaron al hospital y no salió nada, no tenía vómitos, no tenía diarrea, no me costaba respirar, pero me sentía como un zombie.

Una semana después mi aspecto era el de un cadáver, mi papá me daba antibiótico, me hidrataba, trataba que comiera, pero nada. Volví al hospital e hicieron un cultivo de sangre, a los pocos días creció una bacteria que fue identificada como una Salmonella. El internista dijo que en su opinión, lo que tenía era una fiebre tifoidea atípica (típicamente la tifoidea produce diarrea). En ese entonces, el tratamiento recomendado era tomar cloranfenicol por varias semanas, pero tomarlo era un martirio y no sé si me sentía peor porque la enfermedad avanzaba o era por el medicamento tóxico.

Para cuando volví a tener interés en la comida había perdido 15 libras y mi color era un bello pálido fantasmagórico. Pude regresar al colegio y habían terminado para entonces todas las presentaciones de los profesionales, únicamente me contaron que la del veterinario había sido la más divertida. ¡Genial!

Ahora me gustaría explicar qué fue lo que posiblemente ocurrió con mi salud. El error de los médicos fue no hacer una historia clínica adecuada; no tener en mente algunas enfermedades como ésta, que casi me cuesta la vida. Nadie me preguntó, ni mi papá que es un buen clínico, sobre mis actividades, cosas que hago, cómo vivo, a qué me dedico, simplemente nada.

Los pacientes de un veterinario no saben hablar y nosotros tenemos que preguntar al dueño muchísimo para orientarnos, a lo que aparentemente en la medicina humana no le dan la misma importancia. Y deberían.

Resulta que yo mantenía dos tortuguitas en un pequeño tortuguero en mi mesa de noche, además de una serpiente y un acuario. Las tortugas del género Trachemys son acuáticas y pueden crecer más de 30 centímetros. Cuando las venden son tortugas bebés y van a crecer mucho y a necesitar un gran cuerpo de agua para vivir, no son tortugas “miniatura” y definitivamente los tortugueros que venden en las tiendas de mascotas no son adecuados para ellas pues una adulta será del tamaño del tortuguero completo.

Esto era importante porque las tortugas son portadoras de la Salmonella, hay muchas especies de bacterias que pertenecen a este género, cuando digo muchas quiero decir muchas. La bacteria que produce la fiebre tifoidea, la Salmonella typhi, es muy similar a estas otras bacterias, las cuales también tienen la capacidad de infectar a varias especies pero la enfermedad no es exactamente igual, por eso no tuve diarrea o vómitos.

Las enfermedades que se transmiten de los animales al hombre se conocen como “zoonosis”  y son muchas, por ejemplo la rabia para nombrar una sumamente grave. Los veterinarios desempeñamos un papel fundamental que consiste en mantener sanos a los animales y reducir las posibilidades de que una enfermedad zoonótica afecte a las personas.

Casi todas las tortugas son portadoras de esta peligrosa bacteria, al igual que muchos reptiles también. Las tortuguitas que venden en las tiendas de mascotas jamás deben ser manipuladas por niños, ni por personas con un estado inmunológico comprometido. Además la gran mayoría mueren por deficiencias nutricionales a los pocos meses de nacidas, ya que tienen requerimientos de alimentación muy particulares.

Y si no podemos proporcionar las condiciones y cuidados necesarios para que un animal esté sano, entonces es más probable que se enferme y también, más probable, que contagie a sus propietarios de alguna zoonosis.

Si usted tiene una tortuga, manténgala en un recinto adecuado, con alimento adecuado para que esté sana. Nunca limpie el acuario en el fregadero ni en ningún lugar en que se preparen alimentos o se cepillen dientes. No olvide lavarse las manos a conciencia después de manipularla.

Afortunadamente me salvé y ahora soy veterinario, pero siempre me pregunto si lo hubiese sido de haber asistido a las pláticas de orientación vocacional, quizá me hubieran lavado el cerebro para estudiar otra carrera y no estaría escribiendo sobre esto.

Publicado en la Revista Criterios y Valores
www.criteriosyvalores.com