lunes, 3 de noviembre de 2014

 EL AMOR A LOS ANIMALES DEBE CAMBIAR NUESTRA MANERA DE PENSAR


Por Mauricio Vicente Cuevas
Médico Veterinario


Nací en la ciudad de Guatemala hace ya bastante tiempo, qué tanto parezca ese tiempo depende de la edad del lector. Para muchos sigo siendo joven y para los realmente jóvenes ya soy un viejo. Cuando mi mamá estaba embarazada de mí,  pasaba mucho tiempo sola al lado de “Laika”, su perra, comiendo mangos. El nombre Laika era el de moda en esa época; esta es una pista que les doy (a quienes recuerden el porqué) para que sepan mi edad aproximada. Esa debe ser también la razón de que el mango sea mi fruta favorita y la de siempre haber dicho querer convertirme en veterinario.


Mi madre me contó que logré caminar solito a la edad de  8 meses y 10 días, llevaba ya algún tiempo caminando con ayuda de Laika, quien pacientemente dejaba que me sujetara de su largo pelo. Cuando cumplí un año ya era famoso por gustar de la compañía de animales y la señora que ayudaba a mi mamá a cuidarme, me regaló una perica frente naranja (orange fronted parakeet), vulgarmente llamada “guayabera”, nombre que no tiene nada que ver con las camisas, sino por gustar de dicho fruto.


A la perica la llamé “Pequi” y fue mi compañera durante toda mi niñez, aunque era un animal muy malhumorado que se transformaba en todo un personaje aventurero cuando estaba en mi hombro, donde  hacía casi todo tipo de payasadas.  Sabía unas cuantas palabras, podía bailar, dormir en mi mano, dar besos, silbar algunas sílabas, etc. Lo que a todo el mundo llamaba la atención era que todas esas payasadas solo las hacía conmigo, porque  mordía tan duro que la sangre brotaba hasta un rato después de que soltaba el dedo de algún iluso que creía poder tocarla.  Lo sé, porque también me mordió muchas veces, pero aún así, éramos como “uña y mugre”.


La periquita me acompañó muchos años, fue testigo de algunos de los momentos más felices de mi vida y en mis oraciones siempre era de las primeras que mencionaba.   Pequi parecía disfrutarlo todo, tanto que podría jurar que fue feliz el tiempo que estuvo a mi lado. Ya en sus últimos años había desarrollado una catarata en un ojo, era entonces el perico pirata perfecto. Cuando la encontré muerta, habían pasado más de 18 años y yo ya me encontraba estudiando medicina veterinaria.


También he tenido otras aves, perros, gatos, serpientes, lagartijas, peces, tortugas y hasta insectos a mi lado, pero pocos lo disfrutaron tanto como Pequi, exceptuando posiblemente a los perros.


Lo interesante de Pequi es que es el ejemplo perfecto de lo que se denomina imprinting o improntación en las aves. En pocas palabras, la perica creía ser humana; esa es la explicación al porqué disfrutaba tanto estar a mi lado. Los animales improntados jamás pueden volver a la naturaleza, ya que no saben cuidarse por sí mismos, tampoco saben interactuar con su especie y todo su comportamiento ha sido alterado.


La improntación ocurre cuando un animal es expuesto a los seres humanos a una corta edad.  Si alguien captura una perica idéntica a Pequi que ya haya pasado esa edad en que se produce la impronta, será imposible que logre que no entre en pánico cada vez que un humano se le acerque.


O sea que para que estas pericas y loros se puedan domesticar,  se necesita “criarlas” artificialmente desde su nacimiento, lo que es igual a robarlas de la naturaleza. Recordemos que son animales salvajes, lo mismo que un mono o un jaguar.


En mi país es ilegal comprar, tener, reproducir, vender y tener algo que ver con la fauna nativa, en otras palabras, cualquiera que tenga un animalito de éstos,  puede tener problemas con la ley. Pero las personas siempre encuentran alguna excusa y lo más común es que me digan que “lo compraron porque les dio lástima”, que seguramente se iba a morir si no lo compraban, pues ¿que qué clase de ser humano no ayuda a los animalitos? Ninguna excusa es válida, muchos solo lo dicen como un pretexto cualquiera y otros,  porque son ignorantes y creen que así le están haciendo un bien a la naturaleza.


Cada vez que una persona compra un animal silvestre porque le dio lástima, la persona que lo logró vender encarga nuevamente otro lote para que se sigan vendiendo, que es precisamente lo que el ladrón quiere, hacerlos negocio. Sin embargo las personas no comprenden esto  e historias como la de la Pequi, también se convierten en motivo para querer tener una perica igual.


Cuando Pequi llegó a mi vida, no tuve otra opción más que cuidarla, pero si usted está leyendo esto espero que sepa que se le hace un grave daño a la naturaleza y que no es correcto sacar a los animales de su hábitat. Además, ¿quiénes somos nosotros para decir que la perica fue feliz?, ¡si nunca pudo volar sobre un campo de maíz!


Cabe mencionar que en estos momento hay gente arrestada en Nueva York que está protestando en contra del cambio climático, son los héroes que tienen el valor de pedir a los gobiernos cumplir con compromisos para poder tener un futuro como humanidad. Es una verdadera vergüenza lo que está ocurriendo con la naturaleza, y a nadie parece importarle un perico.


Es obvio que estoy en contra de tener animales silvestres como mascotas, en contra de los circos con animales y también de los zoológicos.  La naturaleza debe quedarse intacta, sin la intervención del ser humano, ni siquiera usando el pretexto de la lástima.  


Las persona interesadas en aprender más pueden consultar la revista National Geographic de abril del 2014.


Invito a los lectores a comentarme sus historias. También pueden hacerlo a través de mi correo electrónico: cvevas@gmail.com


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Fotografía proporcionada por el Dr. Cuevas.  Sí, esa es la famosa Pequi.


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